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Edición No.2

Octubre de 2006

Con el primer vuelo vacilante apenas si alcanzamos a divisar borroso el panorama, y a coger el impulso para intentarlo de nuevo. Todavía no caemos; nuestras alas aún no se extienden, pero ya empezamos a afilarnos las garras en la acera.

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Este segundo intento al vuelo, sin luces ni sombras, se empeña en perfilarnos nuestra impuesta urbanidad. El viento ha de llevarle las plumas que se nos cayeron en el despegue.

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Recójalas usted, a ver si le sirven para limpiar el polvo...

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